Durante los últimos 3 años la política exterior de México ha tenido un desempeño que podría considerarse como extraordinario, especialmente después de un período de 4 décadas en el que solamente sirvió como instrumento para que tanto la política interior, como la política económica, se subordinaran sistemáticamente a la voluntad de los intereses extranjeros.
Desde la entrega de las empresas que llevó a cabo Salinas en épocas de papá Bush, hasta el comportamiento de tapete que observaron Peña Nieto y Videgaray ante Donald Trump, quien los trató siempre como la basura irrelevante que son, en una actitud permanente de desprecio sin maquillaje, pasando por el servilismo inevitable de Zedillo ante Clinton, el comes y te vas del arrastrado de Vicente Fox, temblando temeroso ante la molestia potencial de baby Bush y la flagrante traición a la patria del Carnicero de Morelia autorizando la operación rápido y furioso.
En solo 3 años logramos construir una relación de respeto y de colaboración recíproca con Donald Trump, quien pasó del desprecio más evidente hacia los gobernantes mexicanos, al apoyo firme hacia los objetivos de México en materia de salud, migración, petróleo y otros temas fundamentales.
Logramos la votación más abultada a favor de nuestra participación en el Consejo de Seguridad de la ONU, donde nos hemos pronunciado a favor de los derechos humanos en Palestina, a pesar de las protestas egocentristas de Israel. Con el apoyo del gobierno de Trump nos opusimos a la disminución de producción petrolera a niveles que dañaban nuestro programa de recuperación energética; abogamos por la equidad en la distribución de vacunas, criticando con firmeza su acumulación por parte de países ricos.
En los momentos más complicados de la pandemia, logramos asegurar la compra del portafolio más grande de vacunas que haya obtenido cualquier otro país, que incluye 9 bilógicos diferentes para abastecer las necesidades de toda la población mexicana con su aplicación gratuita, que hoy implica disponer ya de 100 millones de dosis recibidas.
Estrechamos nuestras relaciones bilaterales con China, Rusia y otros países, para diversificar nuestras oportunidades futuras de comercio. En un hecho impensable para los gobiernos arrastrados del pasado, rescatamos a Evo Morales de una muerte segura, sin crear un conflicto con los Estados Unidos, apoyamos a Argentina en la negociación de su deuda externa y hoy somos mediadores en la solución al conflicto político de Venezuela.
En forma rápida y eficaz, logramos construir una relación de cooperación y confianza con el nuevo gobierno de Joe Biden, que aceptó colaborar en la solución de las causas de la migración desde Centroamérica, adoptando el programa Sembrando Vida para aplicarlo ahí, comprometiendo un presupuesto multibillonario para impulsarlo.
El gobierno francés copió el programa Jóvenes Construyendo el Futuro para aplicarlo en su territorio, a fin de integrar a su juventud en la actividad económica. Y todo esto sin tener que arrastrarnos como lo hicieron antes nuestros gobernantes corruptos.
Hoy, con toda la fuerza que nos da el nuevo enfoque de nuestra política exterior, así como con la potencia que implica ser el primer socio comercial de los Estados Unidos, además de contar con 40 millones de compatriotas que viven en su territorio y que son responsables de generar el 10% del producto interno bruto de ese país.
El Canciller mexicano anuncia que México va por la desaparición de la OEA, que solo ha servido para desestabilizar procesos democráticos en la región, con las miras puestas en la construcción de una nueva arquitectura política del continente, que sirva a la promoción del desarrollo de los países y no a la defensa de intereses para las élites económicas internacionales.
Malas noticias para los barones del saqueo de las riquezas en la región de América. Se les acabó el esclavo aterrado que les hacía el trabajo sucio.
Como dijo el filósofo griego Aristóteles: “El que ha superado sus miedos será verdaderamente libre”.