Tras la tensa reunión por videoconferencia del pasado martes entre los presidentes Joe Biden y Vladimir Putin, el consejero de Seguridad Nacional de EEUU, Jake Sullivan salió ante los medios para declarar:
Ya se sabe que buena parte de la riqueza rusa parte de sus recursos naturales y, en concreto, del negocio del gas. A continuación, Sullivan enfatizaba: «Estamos dispuestos a hacer ahora cosas que no pudimos hacer en 2014».
¿Rusia va a invadir Ucrania?
En nuestros días, afortunadamente, la propia palabra invasión chirría ya de por sí, pero mucho más cuando se trata de un país de cuarenta y cinco millones de habitantes, una vastísima extensión, forma parte de Europa y es un aliado estratégico de la OTAN y la Unión Europea.
De producirse, según la inteligencia estadounidense, el ataque está previsto para los primeros meses de 2022. Aquí no hay una vieja cuenta pendiente que se quiera solucionar de forma quirúrgica.
En principio, no se trataría de una invasión total del país con la consecuente anulación de su soberanía nacional, es decir, el objetivo no es llegar a Kiev, destituir a Volodímir Zelenski y anexionarse el país, menos aún en el 30º aniversario de la firma del Tratado de Belavezha, que supuso la disolución de la Unión Soviética y fijó los criterios de unión comercial y política de las distintas repúblicas, basados en el respeto a la integridad territorial de todas y cada una de ellas.
Aunque es imposible saber qué tiene Putin en mente, los expertos barajan distintas hipótesis: una incursión en Ucrania Oriental suficientemente larga como para que Kiev acepte una especie de protectorado político ruso, o la conquista de determinados territorios concretos, con el riesgo que eso supone al intentar establecer un dominio militar sobre una población civil.
El imperialismo ruso y la excusa de la OTAN
En cualquier caso, la pregunta que se hace cualquier europeo occidental, acostumbrado a sus ya setenta y cinco años de paz interior, es: «¿Por qué invadir otro país y por qué invadirlo ahora?». Aparte de esta otra: «¿Qué consecuencias tendrá para el equilibrio geopolítico de fuerzas?».
Vamos a intentar explicar la primera parte: obviamente, hay una tendencia imperialista en Rusia que viene de muy lejos. Rusia siempre va a reclamar su espacio vital y su papel de referente de todas las comunidades eslavas. Es algo que va casi con su naturaleza desde los tiempos de los zares y Ucrania ha sido una extensión de su imperio durante demasiadas ocasiones.
En ese sentido, Rusia puede tolerar que haya un país que se llame Ucrania y tenga sus símbolos propios… pero lleva peor que ese país tome sus propias decisiones y que esas decisiones puedan no coincidir con los intereses del hermano mayor. En este caso que nos ocupa, la excusa parece ser el coqueteo constante entre Ucrania y la OTAN.
Rusia no quiere tener a Estados Unidos en su frontera bajo ningún concepto. Si tolera la excentricidad báltica es porque Letonia, Lituania y Estonia siempre han tenido un estatus distinto de relación con Rusia… y porque sabe que son países pequeños y fácilmente aislables con solo cerrar el corredor Suwalki que une Bielorrusia con la ciudad rusa de Kaliningrado a través de territorio polaco.
Ucrania sería otra cosa… y por mucho que ambas partes nieguen una unión inmediata, es cierto que, para el gobierno de Zelenski, contar con la ayuda de aliados tan poderosos en su continuo enfrentamiento con Putin sería importantísimo. Una acción militar rápida y contundente dejaría a Kiev sin ganas de más aventuras.
A su vez, el intento de defender a Ucrania por parte de la OTAN justificaría a su vez el ataque y aumentaría, probablemente, su virulencia. Ucrania ha recibido durante estos años la ayuda de la Unión Europea y de las fuerzas occidentales, pero una cosa es vender armas y otra es colocar tus propias tropas para defender una frontera ajena.